El día que podamos salir… Quizás no queramos hacerlo.
No debo ser el único al que le pasa. Pensar en que todo esto acabará algún día produce en mí sentimientos enfrentados. Por una parte, un claro alivio resultado de una congestión social producida por un incontrolable virus, por otra, la necesidad de mantenerme a salvo entre las cuatro paredes que llevan dos meses devolviéndome la estabilidad emocional y el ritmo de vida que necesitaba. Porque, a pesar de haber perdido a gente en esta pandemia, me he ganado a mí mismo a base de trabajar en mí y en mi felicidad durante meses.
No sé si os ha pasado lo mismo. Pero después de dos meses en casa, haciendo ejercicio casi a diario, dedicando tiempo a mis pasiones, amigos y temas olvidados… No tengo tan claro que quiera volver ahí fuera. A un mundo depredador de tiempo y emociones. Una sociedad tóxica basada en el trabajo y con la vida personal sumida al servicio de la producción laboral. Que, ojo, no me quejo con respecto a este último punto, pero entiendo cada vez más el modelo europeo de intentar conciliar la vida familiar con el trabajo. Porque es importante. Y no sabíamos cuanto. Hasta ahora. La gente necesita trabajar para comer, pero también necesita vivir su vida para ser feliz. Y eso supone dedicar más tiempo al YO.
Y eso, valga la redundancia, he hecho yo en estos dos meses. Cultivar la autoadmiración. Dejar de lado la vida estresada de atascos, horarios de sueño, salidas sociales obligadas, viajes de trabajo planificados… Y sustituirlo por un constante «¿qué nos apetece hacer ahora?».
Veo venir la crítica que se está construyendo en tu mente, lo sé. Yo mismo la estoy construyendo a la vez que doy rienda suelta a las palabras. ¿Y trabajar qué? ¿Vamos a vivir del aire y del cuento? No.
Soy de los afortunados que no ha perdido su puesto de trabajo. Llevo trabajando con normalidad desde que se instauró el estado de alarma. De hecho, días antes, ya estábamos practicando el arte del teletrabajo desde nuestros domicilios. Y, precisamente, el hecho de poder trabajar desde casa ha sido el detonante de esta nueva forma de ver la realidad. Entiendo que habrá trabajos que no se puedan realizar de forma telemática, pero estos deberían conceder entonces ciertas prestaciones o compensaciones que permitan al trabajador desarrollarse como persona con un tiempo libre digno. Ya no de calidad, porque al final nuestro tiempo libre será de calidad siempre y cuando nosotros queramos que lo sea. Pero al menos eso, digno.
Entiendo que este punto de vista es positivo debido a mis circunstancias actuales y que los enfrentamientos están servidos para todos aquellos que sufran esta crisis a niveles que muchos de nosotros no podemos siquiera imaginar. Nadie merece pasar hambre. Pero quiero alejarme del punto de vista laboral, de verdad, y quedarme cerca del punto de vista personal y lo enriquecedor que está suponiendo este redescubrimiento del yo. Y no hablo solo de mi caso particular, a mi alrededor veo amigos y familiares dedicándose tiempo en sus domicilios. Ahora hacen más deporte, hablan más con sus cercanos y, gracias a la tecnología, con los no tan cercanos. Están más tranquilos, menos saturados de esta sociedad que nos atrapa como un tóxico amante. Están más… ¿Vivos?
Y es curioso que hayamos necesitado vernos recluidos para entender que tenemos que mejorar nosotros para con nosotros y no para con los demás. Que lo que construyamos, tiene que aportarnos lo suficiente para continuar.
Antes de acabar, recalcar que esta situación es la que es y no es agradable para nadie. Insisto, es demencial lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo ahí fuera. Pero de toda tormenta oscura hay que intentar sacar algo positivo.
¿Echo de menos salir ahí fuera? Sí, pero quizás no tanto como yo pensaba.
1 comentario
David Pozas · 7 mayo, 2020 a las 8:26 am
Buena reflexión Cápitan!! 💪🏻